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Suiza es una ferviente adepta a la "diplomacia científica", que considera esencial para abordar los retos mundiales. Uno de los mejores ejemplos concierne las vacunas contra el coronavirus, explica Alexandre Fasel, representante especial de Suiza para la diplomacia científica en Ginebra.
Cuando los científicos descubren algo, no siempre saben cuál será su uso práctico. Tampoco conocen las consecuencias que su descubrimiento puede tener en el funcionamiento de la sociedad. Lo mismo ocurre con los ingenieros que desarrollan la tecnología asociada. Cuando Otto Hann y Lise Meitner descubrieron la fisión nuclear en Berlín en 1938, no sabían aún que conduciría unos años más tarde a la bomba atómica.
Por su parte, los diplomáticos, que tienen que resolver los problemas del mundo, no siempre saben en qué avances importantes deben centrarse para resolver los retos del mañana. Tecnologías como la inteligencia artificial (IA) y la nanociencia nunca han evolucionado tan rápidamente como ahora
Convencida, Suiza promueve un enfoque innovador para abordar los retos del mundo: apoya una nueva plataforma, el Anticipador de la Ciencia y la Diplomacia de Ginebra (GESDA - véase recuadro), que celebra su primera cumbre del 7 al 9 de octubre.
swissinfo.ch: ¿Cómo se utiliza la ciencia en las negociaciones diplomáticas?
Alexandre Fasel: La diplomacia científica abarca una amplia gama de actividades. Hay tres aspectos importantes: la diplomacia para la ciencia, la ciencia para la diplomacia y la ciencia en la diplomacia.
La diplomacia al servicio de la ciencia es cuando la diplomacia debe actuar para que se pueda hacer ciencia, para que se pueda establecer una colaboración científica internacional. Un ejemplo es el Consejo Europeo de Investigación Nuclear (CERN). Fue necesario un gran trabajo diplomático para reunir a los países en torno a esta idea, establecer una convención, encontrar financiación, etc.
Luego está la ciencia para la diplomacia. El Centro de Investigación Transnacional del Mar Rojo es un proyecto de investigación sobre los corales muy particulares en el mar Rojo, a través del cual hacemos diplomacia a través de la ciencia. Los diez Estados rivereños del Mar Rojo, que no siempre tienen excelentes relaciones diplomáticas, encuentran un interés común en este proyecto científico, que crea las condiciones para que países, normalmente renuentes a cooperar, trabajen juntos y construyan una confianza mutua. Esto permite discutir luego otras cuestiones menos científicas y más diplomáticas.
Por último, la ciencia en la diplomacia es cuando la ciencia se convierte en un instrumento de diplomacia en toda regla. Un buen ejemplo es el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Al poner en común los conocimientos científicos existentes sobre el cambio climático, es posible ofrecer una visión con base en datos que, por lo tanto, es aceptada por la comunidad internacional. Esta visión es científicamente estable y sólida, lo que permite definir el objeto de la discusión y los retos que la diplomacia debe afrontar. Sin el IPCC, no se habría alcanzado el acuerdo climático de París.