¡Síguenos!‘Besadas’ gais ante iglesias contra un colérico repique de campanas: la imagen de la polémica de este martes en Grecia. La tramitación parlamentaria del proyecto de ley que homologa las uniones gais —no el matrimonio— ha galvanizado a sus defensores (la comunidad LGTB, que la considera “tardía e insuficiente”) y sus detractores (la Iglesia a la cabeza, que ha hecho sonar las campanas como protesta, pero también el aliado de Alexis Tsipras en el Gobierno).
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La nueva ley saca a Grecia del furgón de cola de la Unión Europea (donde aún figuran Italia, Polonia y Rumania) y añade una muesca a la por el momento corta lista de promesas electorales llevadas a la práctica por el Gobierno de Syriza. Con Griegos Independientes (ANEL), socio del Ejecutivo, en contra, ha sido aprobado gracias al apoyo de Pasok y To Potami, la residual Unión de Centristas, y algún que otro outsider conservador, como Kyriakos Mitsotakis, uno de los que aspiran al liderazgo de Nueva Democracia (principal partido de oposición).
En un país dominado desde hace siglos por la Iglesia ortodoxa —la cremación sigue estando prohibida, y los deudos deben trasladar el cadáver a algún país vecino para ser incinerado—, el clamor social por la equiparación de estas uniones apenas si ha conseguido apagar la estruendosa oposición de la jerarquía eclesiástica, que ha calificado la iniciativa de “atentado a las leyes humanas y de la cristiandad” o “aberración contra natura” (llamando algunos, incluso, “monstruos de la naturaleza” a los gais).
Pero lo cierto es que nueva ley, aprobada con los votos en contra de comunistas y neonazis, se limita a legalizar la inscripción de parejas del mismo género; no permite la adopción, la adquisición de la nacionalidad por la pareja o la custodia de los hijos de esta. La marginación de los homosexuales a la hora de cobrar la pensión de la pareja fallecida, o de heredar sus bienes, provocó en 2013 una resolución del Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra Grecia. Las agresiones homófobas se han incrementado además en los últimos años.
Para los activistas LGTB, la medida, aun insuficiente, supone un paso de gigante para visualizar socialmente a un colectivo ocultado y forzosamente discreto hasta ahora. “Lo más importante es que el Estado nos reconozca, eso es un paso fundamental para que la sociedad empiece a cambiar y nos acepte”, señala por correo electrónico el miembro de un grupo de apoyo gay en una pequeña ciudad del norte del país que pide no ser identificado.
Vía: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/12/22/actualidad/1450821386_657140.html