¡Síguenos!Tener relaciones con Jesús Zambrano Grijalva, dirigente perredista, quien es además paradigma de las alianzas más oscuras que se han dado en el país -ha sido protagonista de todas ellas con la parte corrupta del PRI-AN, en la historia reciente-, representa una inocultable carga riesgosa. Hace 20 años que el sonorense vive al amparo de los negocios y el poder y está públicamente referido, con abundancia.
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El presidente municipal de Puebla capital, Eduardo Rivera Pérez, posiblemente no lo sepa -si lo sabe es muy grave-, pero el hoy dirigente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD) es símbolo de desprestigio y deja por donde pasa un tufo muy sospechoso.
De ahí que sean tan reprobable, ante los ojos acuciosos con capacidad de análisis y contexto histórico, el recibimiento casi heroico que Lalo le hizo, el viernes en la sede del ayuntamiento poblano, a Jesús Zambrano, otrora aliado del morenovallismo, que persiguió al mismo Rivera Pérez, hasta casi acabar con su carrera política.
(La leyenda negra narra que Zambrano cobraba abultadas sumas por aparecer en los actos del finado Moreno Valle Rosas, y había que traerlo en helicóptero desde la Ciudad de México).
Todo ello, sin descartar que Jesús, quien en su juventud abrazo con fervor la ideología de izquierda, que luego traicionó con su actividad política cotidiana, siempre al lado de su socio Jesús Ortega Martínez (de sus nombres el mote de “Los Chuchos” de su corriente perredista), es un hombre que conoce muy bien el gobernador de Puebla, Miguel Barbosa Huerta, y, por ello, es que lo desprecia tanto.
El mandatario poblano se ha rehusado desde hace muchos años, siquiera a sentarse a su lado, recibirlo o saludarlo, precisamente porque es consciente y hasta fue víctima del doble juego de Zambrano.
Por cierto, que Jesús, ex guerrillero de la Liga Comunista 23 de Septiembre, nunca ha ganado una elección, pero sí en cambio ha sido protagonista de las alianzas más dudosas en el país, desde las posiciones legislativas y partidistas que ha ocupado.
Fue aliado del foxismo, del calderonismo, del peñismo -con especial entusiasmo-, del morenovallismo y otras tantas más sociedades reprobables e inconfesables, que no debiera haber tenido un “hombre de izquierda”, como él se describe en su perfil de Twitter.
Todas sus actividades, en esos distintos momentos, fueron para avalar decisiones, legislativas y políticas, que atentaron contra la democracia y las mayorías, lo que conocemos románticamente como el pueblo.
También por ello es que Andrés Manuel López Obrador lo repele y lo mira con profundo desprecio, desde hace muchos años, a pesar de que le tuvo un profundo afecto. Y es que el tabasqueño lo conoce de sobra.
La carga negativa es tal en él, que nadie en la Cuarta Transformación (4T) o en la arena política seria de todos los partidos, la que conserva al menos un mínimo de dignidad, se acerca al sonorense.
Eduardo pierde al aparecer a su lado. Al alabarlo y debiera revisar sus relaciones y prioridades: Puebla y los poblanos o las alianzas peligrosas.
Encima, no son los tiempos de sellar sociedades políticas, sino de verdaderamente corregir el rumbo de la capital del estado.
El perredista además no representa nada.
El PRD obtuvo en la pasada elección en Puebla menos del mínimo que se requiere para conservar el registro (3 por ciento), pero su promedio nacional, de 3.65 por ciento, le permitió librar la pérdida del registro como partido político.
Para entender el grave resbalón de Eduardo, quien comenzó una administración con intensidad, acciones contundentes y reparando los graves yerros que dejó su antecesora, hay que revisar los números del perredismo.
En la capital, el PRD apenas le sumó a su candidatura 3.09 por ciento, a pesar del gran abanderado que fue Lalo; en la contienda por las diputaciones locales, el partido del sol azteca apenas logró 2.48 por ciento, lo que, en promedio, en el estado, le dio 2.78 por ciento.
Es decir, Lalo recibió como “el héroe de la película”, para citar la frase histórica-popular poblana, a un hombre incongruente, peligroso, desprestigiado, pero, sobre todo, al presidente nacional de un partido que no vale ni el membrete.
Qué terrible imagen.